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miércoles, 30 de marzo de 2011

El viejo Simón de aquel solar.

Pese a que muchos de los que allí vivían se empeñaban en darle categoría de edificio, siempre fue un solar de vecindario como cualquier otro que se respetara de los barrios habaneros mas céntricos de la capital; El nuestro, ubicado en el numero quinientos seis de la calzada de Monte del municipio Centro Habana, frontera entre los barrios Los Sitios y Jesús María, tenía dos pisos, nueve cuartos en el primer piso y diez en el segundo, baños colectivos, lavaderos de uso común, patio y azotea para tender la ropa de todos los vecinos y un encargado llamado Pancho, un loco recogedor de cartones llamado Roberto y un policía llamado Agustín, la diferencia que distinguía a nuestro solar es que a el se accede por una puerta de madera tallada de color marrón, subiendo una empinada escalera compuesta por treinta y ocho peldaños de mármol blanco, con su respectivo descanso y dos largos pasamanos de caoba muy lustrosa , razones por las que tal vez nuestros vecinos no se consideraran habitantes de un solar sino vecinos de un modesto edificio de apartamentos, si es que aquellos podían ser nombrados como tales.

Cuando llegas al ultimo escalón, falto de respiración después de el semejante esfuerzo físico que conlleva a subir treinta y ocho espaciosos escalones, de esos donde te caben el pie completo y aun te sobra un pequeño espacio por detrás del zapato, siempre que estés en la media de los normales que usamos hasta una talla cuarenta y dos que en Cuba viene siendo el siete y medio, allí a esa altura se abre un espacioso patio al aire libre, con unas claraboyas de grueso cristal verde que dan luz a la mueblería “ La Moderna” ubicada en los bajos de nuestro inmueble. Y justo a la derecha se ubica un pequeño viejo y destartalado vertedero, que en el argot popular no es más que un lavadero con su pila de agua y su poceta de cemento, donde los vecinos le daban diferentes usos, pero al que mejor le venía era a Simón el ilustre pescadero y decimista vecino del apartamento C, pues utilizaba aquel fregadero, vertedero o lavadero, como su lugar predilecto para afeitarse.

Todas las mañanas cuando me iba a la escuela lo encontraba navaja de afeitar en mano, su cara enjabonada hasta nada mas dejar sus pequeños ojos visibles y tarareando alguna décima, allí tenía también ubicado el cargador para las pilas del aparato que le ayudaba a sobrellevar su sordera crónica y allí a la altura de su cabeza una jaulita con su sinsonte “Clavelito” que trinaba de lo lindo en las mañanas, alegrando las afeitadas de nuestro buen Simón.

Simón era un viejo verde, siempre le gustaron las muchachas jóvenes y mas las mulatas, eso si, siempre fue muy respetuoso con todos sus vecinos, que lo querían y también le respetaban. El mote de “Simón el pescadero” se le quedó, porque tuvo un puesto de vender pescado fresco en el mercado de la calle Monte y Arroyo y la categoría de decimista porque cantaba en los guateques improvisando versos y respondiendo a rivales.

De viernes a Domingo por las tardes después del baño, vestía de guayabera blanca, y muy perfumado bajaba las escaleras mientras canturreaba alguna tonada campesina. Por aquellos tiempos como muchacho al fin yo prefería sentarme en el ultimo escalón mirando hacia la puerta de la calle, antes de estar encerrado en mi casa, junto a otros de los muchachos que convivían en aquel edificio o solar y aclaro lo de solar porque un inmueble con patio para tender en común, lavaderos y baños colectivos, no puede ser mas que un solar pá arriba, como decía mi hermana pequeña cuando le preguntaban donde vivía. Pues bien allí me sentaba aquellas tardes y era como algo sincronizado, no hacia más que poner el fondillo en aquel frío mármol que conformaba el ultimo escalón y ya se abría la puerta de la casa de Simón de donde salía acompañado de Toña su mujer quien venía hasta la baranda a despedirlo. Después del beso de rutina y las preguntas y respuestas habituales. ¿llevas los espejuelos? Si, ¿llevas la cartera? Si, ¿llevas pañuelo? Si, ¿llevas menudo para la guagua? ¡Si vieja, lo llevo todo!. Y así daba por terminada la ronda de preguntas.

 Ponía el pie en el escalón disponiéndose a bajar y se viraba hacía mi diciéndome una frase que usaba “el encargado” un personaje del popular programa radial “Alegrías de sobremesa”,“tu eres Rufino del Pino y Saigagoitia, el hijo de Pichilingo y Puchucha, pero las chachas te dicen: y aquí venía la frase del día, la sacaba del programa que se emitía a las ocho de la noche anterior, o sea que siempre escuchaba algo diferente, que bien podía ser: “fosforito, flaquito y cabezón, pero cuando te frotan te enciendes” o aquella de: Macao, prietecito y pegajoso. Lo que yo escuchaba cada día eran verdaderas ocurrencias y tal ves alguna sería hasta de su propia cosecha, porque muy atento me ponía a oír el programa que se retransmitía a las doce del mediodía y muchas veces no coincidía con la frase del día.

Así fue durante varios años, desde mil novecientos sesenta y cinco que se comenzó a emitir el programa radial por la emisora Radio Progreso, la responsabilidad del guión humorístico a lo largo de trenita y nueve años ha estado siempre a cargo de Alberto Luberta, a quien yo culpaba en mi niñez y adolescencia de que Simón me endilgara aquellas comparaciones que según el me caracterizaban muy bien.

El personaje del encargado del programa “Alegrías de sobremesa” desapareció cuando murió el humorista José Antonio Rivero, pero no por eso dejo Simón de seguir con aquella costumbre de ir bajando las escaleras dedicándome alguna de sus ocurrencias, las cuales supongo debía preparar con sumo cuidado cada noche antes de irse a dormir para el siguiente disparármelas a boca é jarro, como si de sumar un triunfo se tratara en aquella ya larga carrera.

A decir verdad fueron muchos años de frases hechas, y si alguna vez Simón se indisponía y faltaba a su costumbre ya era tanto lo que le extrañaba, que le tocaba a la puerta a Antonia su mujer para verlo y entre col y col preguntarle si no tenía uno para ese día. Y era tan buen humor el que tenía el desgraciado que aún en su dolencia era capaz de prepararme uno y soltármelo para sorpresa mía.

Ya para esa época estaba yo un poco más crecidito y por tanto un poco más atrevido, por lo que en las mañanas, camino a la escuela, pasaba por el lado del viejo Simón, pijama más arriba de la cintura, camiseta blanca y chancletas de palo con goma de bicicleta en sus blancos y delgados pies, su cara enjabonada hasta los ojos y la vieja navaja comenzando su labor de rasurar el rostro de aquel hombre viejo pero de piel lozana, y le decía sin malicia alguna, solo por atacarlo de alguna forma, “ a ver si esta va a ser tu ultima afeitada viejo verde” el se reía alejando el filo de la navaja de su cara y me respondía invariablemente, “ vaya a que lo zurzan”.

La sordera de Simón también se acentuaba con el tiempo por lo que tuvo que cambiar de aparato que lo ayudara a escuchar y con el un cargador de pilas más grande y con capacidad para cargar dos a la vez, siguiendo su vieja costumbre, lo colocó en el lugar del anterior, al lado de la jaula de Clavelito su sinsonte, aquel pobre pajarito que ya por esas fechas ni cantaba, pero que estoicamente defendía su privilegiado lugar sobre el vertedero.

Simón religiosamente colocaba las pilas a cargar por la noche antes de irse a dormir, eran unas pilas de cuarzo que casi por casualidad descubrí eran iguales a las que usaba un reloj digital que mi padre me había regalado, lo descubrí porque un día apenas se encendía la pantalla lumínica roja donde aparecían los números que indicaban la hora y en mi afán por descubrir el por qué de las cosas cotidianas, lo abrí y saqué la pila que al parecer ya estaba en las ultimas, con el propósito de que volviera a la vida me dispuse a fabricarle un rustico cargador, para ello utilice un transformador de 9 volt de los que usaban los radios Caribes, muy de moda por aquellos años, colocando dos finos alambres de cobre en sus patas y enredando cada uno a la parte que sostiene la ropa un palito de tendedera, la pila a cargar la colocaba justo en ese lugar donde por arriba le quedaba un cablecito y por debajo otro, o sea que de esa forma lograba que le llegara la carga a mi agonizante pila, y se hizo el milagro, la pila se calentó a reventar, hasta se inflamó un poco, pero recibió carga, la necesaria como para encender la pantalla lumínica y hacerme sentir su salvador.

 A la segunda vez de aquella operación, fue cuando descubrí que la pila de un sordo y la pila de un reloj japonés eran iguales y allá me fui a colocar en el cargador de Simón, mi dañada pero aguerrida pila de cuarzo. Por supuesto, mientras, me tomé una de las que ya estaban cargadas y al colocarlas se hizo la luz, la pequeña pantalla de mi reloj Casio se iluminó radiantemente. Te aseguro que nunca más utilicé la pila mía, como la conocía, primero las miraba y las seleccionaba descartando aquella que se había abofado un poco en su primera y rudimentaria recarga eléctrica.

Poco más de un año estuvimos en aquel romance, Simón dándome la lata con sus frasecitas hechas, yo anunciándole su ultima afeitada, el mandándome a que me zurcieran y yo metiendo el cambiazo con sus pilas, un romance que se extendía en el tiempo, algo que a fuerza de costumbre se había convertido en ley, ya no podíamos faltarnos el uno al otro, pero como todo lo bueno se acaba, un día me llamaron a cumplir el servicio militar y poco tiempo después a mi madre le dieron casa en el reparto Alamar, y nunca más volví a vivir en aquel entrañable solar que tan buenos momentos en mi niñez y parte de mi adolescencia me había brindado. Pero no por eso dejé de visitarlo y aunque ya había cambiado de reloj todavía cuando subía las escaleras lo primero que hacía era mirar hacia el vertedero, buscando el cargador y al sinsonte.

Un día de esas visitas esporádica que hacía, no encontré más a Clavelito el sinsonte, su jaula estaba vacía, en el lugar del cargador solo quedaba una marca despintada y sucia, el pedazo de espejo no estaba colocado a la misma altura de siempre y aquello me causó mala impresión, en un mes desde mi anterior visita todo había cambiado y en un momento pensé en la ultima afeitada del viejo Simón, de quien sabía muy enfermo ya, pero al ponerme al día de los acontecimientos con los vecinos que quedaban viviendo aún en el solar, pude saber que Luisa, la hija de Simón y Toña, se los había llevado a vivir con ellos, ya que estaban los dos muy ancianos y él un poco achacoso con sus problemas en la próstata. Aquello me reconfortó y me propuse visitarlos en cuanto pudiera.

El día que fui a casa de Luisa, subí las escaleras ensayando las palabras que le iba a decir al viejo Simón cuando estuviera frente a el, y la cara que pondría para no reflejar pesar por su estado, y hasta ensayaba los gestos de mis manos, para no delatar mi estado de animo, pero aquello no sirvió para nada, en cuanto escuchó mi voz, salió de la habitación con su indumentaria invariable, pijama de rayas hasta la barriga, camiseta de tirantes y chancletas de palo y con su rostro bien afeitado y reflejando alegría mientras los dos comenzábamos a recitar al unísono: “tu eres Rufino del Pino y Salsagoitía, el hijo de Pichilingo y Puchucha pero las chachas te dicen; ahí nos quedamos callados, nos abrazábamos, a mi se me inundaban los ojos de lagrimas mientras escuchaba su voz entrecortada diciéndome al oído, “ya te extrañaba cabrón”, aquello me envalentonó y separándolo para mirar su rostro le dije:

“A ti las chachas te dicen que estás como rail de tren, largo, frío y tiráo por el piso”

Se echó a reír con ganas y me volvió a abrazar, de pronto siento que toma mi brazo izquierdo y retirándose un poco me pregunta: ¿cambiaste de reloj?, con modestia le respondí que si, que el otro me estaba dando problemas y que no me funcionaba bien, a lo que me respondió, “claro como no te iba a dar problemas si cuando te fuiste del edificio se te quedó el cargador”, lo miré sorprendido y volvió a la carga, “ no te hagas el comemierda que tu sabes bien a lo que me refiero”. En ese momento sentí vergüenza y creo que hasta me ruboricé porque el advirtió o se lo inventó, que me estaba poniendo colorado, “ pero tu creías que yo no sabía que me cambiabas las pilas todas las noches, lo supe porque al principio la que tu me pusiste a cargar me duraba muy poco y la vi un poco deformada, pero ni idea tenía de por qué, hasta que un día estando en el segundo piso en casa de Manolo, cuando ya iba a bajar a mi casa te vi cambiándolas, nunca te dije nada porque sabía la ilusión que te hacia tener tu reloj funcionando bien y para mi era una forma de ayudarte, aparte que no me afectaba en nada, porque yo solo he usado siempre una sola pila para todo el día, muchas veces desconectaba el aparatito pá no escuchar las descargas de Toña a si que me sobraba con la carga que cogían”.

Nos reímos a carcajadas, cómplices de nuestro secreto romance, y así lo conservo en mi memoria, ya el viejo Simón no está, pero en mí quedó grabado para siempre su recuerdo y su ejemplo de hombre bueno, trabajador, honrado, respetuoso, fiestero, jodedor, jugador, mujeriego, bebedor... mejor no seguir enumerando sus virtudes para tener un buen final. En todo este tiempo he deseado dondequiera que esté mi buen Simón se haya podido reencontrar con Clavelito su sinsonte, renovar su navaja de afeitar y las pilas para la sordera, para que me escuche cuando le recite “Yo soy Rufino del Pino y Salsagoitia, el hijo de Pichilingo y Puchucha pero las chachas me dicen: “Tabaquito Cohíba Robusto”, de buen color, buen aroma y bien torcido, que cuando me encienden quemo parejo y hecho mucho humo, pero que me aprovechen bien que me consumo rápido”

El hablar que alimenta.


Esa dichosa manía que tenemos los cubanos de ir hablando con todo el mundo a donde quiera que llegamos, a veces es bueno y otras no tanto, pero lo que no se puede negar es que pá los cubanos no hay miedo escénico. Sea dentro o fuera de la Isla, la verdad es que si nos quedamos callados, reventamos. No se concibe a un cubano poniéndose en una fila y pasar mas de diez minutos sin que le pregunte cualquier cosa al de adelante o al que se ubica detrás de el, digo cualquier cosa porque en verdad cualquier tema le viene bien con tal de no pasar un rato aburrido. Tal vez de ahí venga la fama de no caer en estrés ya que si asumiéramos la actitud del mutismo, el hecho mismo de tener que ponernos a pensar en los problemas que envuelven la vida cotidiana, lo que nos provocaría sería una tremenda depresión, termino que en Cuba aún está por conocerse.

El cubano es atrevido por naturaleza y artífice de las relaciones publicas; véase a un cubano en un aeropuerto como el de Barajas, frente a los monitores que anuncian la llegada de los vuelos internacionales, se desespera, no sigue el orden lógico de ir mirando los listados consecutivamente, solo quiere encontrar lo que busca, ya, así de inmediato sin perder tiempo y entonces recurre a un método funcional, preguntarle a la persona que esta a su lado, que por supuesto está cumpliendo con el riguroso ritual de buscar vuelo a vuelo el de su interés, ¿si el avión de Iberia que viene de la Habana aterrizó y si sabe por que sala?. ¡coño, viejo búscalo tu mismo! Pero no, eso no es lo que le responde la amable persona a la que se dirige que casualmente habla castellano y espera también a alguien que vuela desde Cuba, solo que por otra línea aérea, interrumpiendo su búsqueda va y le señala en el monitor correspondiente donde está anunciado lo que busca el cubano el que se deshace en agradecimiento mientras se aleja corriendo al lugar de desembarque. Si la situación sucede en un avión, en una parada de autobús o en el metro sería igual, solo que la gente le miraría un poco como sorprendida y hasta pensaría que esta loco, por no ser lo habitual y cada uno ir a su aire sin muchos deseos que le interrumpan en sus secciones de estrés, sumándole a esto la capacidad del cubano de volar sobre las palabras y comerse las consonantes, lo que ocasiona que el receptor solo escuche articulaciones en forma de gruñidos, algo que ocasiona mucha mas molestia.

Pero el cubano solo sigue su instinto comunicador, lo mismo le comenta sobre la situación política en el medio oriente, incluida la solución al conflicto, sobre la ultima entrega de los premios Grammys, el estreno del jueves o lo que pasó con Dayron el cubano de la casa de Gran Hermano.Todo cubano que se respeta en la profesión innata de comunicador social sabe bien como entrar en contacto con el medio que lo rodea, utilizando la palabra clave, el gesto imprescindible o el ruido necesario para sacar del silencio a su elegido, quien pocas veces se resiste a sus encantadores comentarios fluidos y lucidos, aún cuando sea de esas personas que le importa un bledo que a su lado se caiga un edificio, se incendie un autobús o una fiera escape del zoológico de su ciudad, basta que el acento descubra al cubano para que enseguida exista reciprocidad de entendimiento y por supuesto las infaltables interrogantes, ¿como saliste de Cuba?, ¿ que va a pasar cuando muera Fidel? o ¿como te tratan por acá?, temas en los que el cubano está bien preparado para responder.

En fin que en verdad, el cubano es bien recibido en cualquier punto de la geografía mundial, tomándole como algo propio enseguida y hasta le protegen con cariño y admiración. Realidad esta que es asumida con orgullo por la especie, si porque el cubano es una especie única, especie rara que habla tres idiomas únicos, habla castellano, habla por teléfono y habla mierda como nadie, pero de que se comunica rápido, dalo por hecho.
Yo conozco uno que puede estar hablando toda una noche sin parar, habilidad adquirida en las largas jornadas nocturnas de guardias del CDR allá en su barrio habanero, o en los velatorios donde descargaba la reserva completa de los chistes de Pepito o en las interminables noches de pesca de orilla sentado en el Malecón, dando muela con el compañero de al lado para no dormirse y así obtener sino una buena ensarta por lo menos un catarro digno. El Goyo, que así le dicen a mi conocido, es una especie muy especial de cubano hablador, imagínate que trabaja como tabaquero en una fabrica de puros habanos en la que pasa casi ocho horas sin hablar, porque el que allí habla es el lector de tabaquería y lo único que se puede hacer es torcer y torcer hojas de habano hasta el cansancio.

Cuando el Goyo sale de la fabrica es como si destaparan una olla de presión recién bajada del fuego, recorre la distancia hasta su casa sin parar de hablar, va saludando a todo el que se le cruza en el camino, con el chofer del autobús, con la viejita que le da el ultimo en la cola del pan, con la enfermera de la posta medica donde se toma la presión y hasta con los muchachos que juegan a las cuatro esquinas con pelota de goma. Nada que el Goyo sin hablar no es nadie, es como si no existiera, por hablar habla hasta dormido que ya es mucho decir.
Pues un día el Goyo no pudo hablar, una mañana en que su potente voz quedó reducida al susurro, lo notó cuando a las cinco de la mañana se levantó como de costumbre para irse a la fabrica y se paró delante de Ruperto, un loro que le había regalado un hijo é puta en una zafra del pueblo allá por Camaguey, y el “¿como está mi lorito hoy?” de todos los días no le brotó, cosa que sorprendió mas a Ruperto. Muy preocupado se fue a trabajar y de regreso en total silencio ante el asombro de sus machacadas victimas del diario, llegó a la consulta del medico de la familia de su cuadra, este lo reconoció y le diagnosticó una afección muy seria en las cuerdas vocales que con un prolongado tratamiento y un plan medico le devolvería la voz, pues sepan ustedes que la preocupación más grande que tenía el Goyo era que muy pronto saldría de viaje a Alemania , viaje que se había ganado como estimulo por buen trabajador, mejor dicho, trabajador vanguardia y se preguntaba a si mismo para que carajo iba a hacer aquel viaje si no podía hablar, en un caso normal de ser humano o en el caso de otra especie humana que no fuera la cubana, la preocupación sería por no poder caminar, o no poder ver, pero hablar, eso solo le preocupa al cubano y mucho más al Goyo que no concebía su viaje sin poder entablar conversaciones con sus compañeros de viaje.

Corriendo se fue a ver al medico de los pies descalzos, ese que en Cuba atiende sentado sobre una esterilla consultando los caracoles y a los orishas se encomendó, y entre otras cosas les prometió que si antes de salir de viaje le devolvían la voz, cuando regresara estaría un año entero sin pronunciar palabra. Pues con unas gárgaras de un liquido medio naranja y rojizo obtenido de yerbas medicinales, que estuvo haciendo durante los siguientes siete días, amaneció al octavo frente a Ruperto como si nada hubiera ocurrido con anterioridad, como si los días de silencio no hubieran pasado, más que en una pesadilla, el habitual ¿cómo está mi lorito hoy? volvió a reinar en la casa.

Y llegó el viaje y por supuesto el regreso, como buen cumplidor de promesas a partir de su llegada a la Habana se sumió en un silencio total, imagínate, que no pudiera contar lo que había vivido y visto en aquel viaje, era algo muy fuerte para el y así transcurrió aquel año de mutismo prometido, en el que para pasarlo mejor se iba a la Catedral de la Habana en los horarios que permanecía abierta y solo leía o escuchaba misa, se conoció así todas las iglesias de la Habana, un año interminable de silencio irrompible, y así llegó el día trescientos sesenta y seis y para asombro de todos lo que lo conocían, como si, recién regresará de aquel viaje que un año antes había realizado contaba hasta el ultimo de los detalle, y era tanta la pasión que le ponía a sus relatos que hacía pensar que un poco se le iba la mano en fantasías.

Pero nada que el Goyo se la estaba desquitando y si algo se le había olvidado lo sustituía por su imaginación de conversador empedernido. Indudablemente, son cosas de cubanos que nos hacen ser un poco diferentes y lo más jodido es que lo sabemos y muchas veces nos aprovechamos de ello, pero bueno la defensa es permitida ¿no? Pero que en verdad no creo le hagamos mucho daño a nadie.

Un son de altura.

El Patio de la Catedral llegó a convertirse en un referente obligado para el turismo que visitaba Cuba. Por ese nombre se identifica la posición que ocupa desde hace ya muchos años el Restaurante “El Patio” , enclavado en la plazoleta donde se ubica La Catedral de la Habana, en pleno corazón del casco histórico de la Habana Vieja.Por ese tiempo trabajaba yo con Iraché, un Septeto de música tradicional cubana, compartiendo con tres agrupaciones más la responsabilidad de amenizar las largas jornadas de aquel recinto turístico.
Un día nos avisa la gerente para tocar en un almuerzo que organizaban los ejecutivos de Havana Club, con todos sus trabajadores y alguno de sus más importantes clientes, la razón de esta actividad era despedir el año en colectivo y de paso estimular a los mejores comerciales y empleados de esta importante firma mixta, la fiesta se realizaría en la segunda planta del restaurante, y como tal se llevaban a cabo los preparativos.

Yo nunca había visto tanto movimiento en el edificio, iban y venían los camareros llevando manteles, cubiertos, servilletas, copas y todos los utensilios relacionados con la gastronomía de altos vuelos, y a aquella locura nos sumamos nosotros los del grupo musical, trasladando por las escaleras nuestros instrumentos, puede imaginarse usted lo que estorba subir un contrabajo por una escalera donde los camareros como incansables hormigas van y vienen. En una larga fila de estos insectos tan laboriosos colóqueles un obstáculo y verá el despetronque que se arma, pues así sucedía mientras el Indio nuestro contrabajista, elevaba a las alturas su voluminoso instrumento.

Cerca de las cuatro de la tarde, cuando ya habían almorzado todos, comenzamos a tocar, solo algunos rezagados comían el postre y muchos empinaban el codo, se repetían los brindis, los abrazos, los saludos, parecía como si después de aquella tarde no se iban a ver más. Cuando habíamos interpretado los dos primeros temas musicales, se nos acercó uno de los organizadores y nos avisó que iban a realizar la entrega de los reconocimientos y regalos, cosa que nos venía muy bien porque así calmaban un poco los ánimos y cuando tocáramos nuevamente nos prestarían mas atención, algo que sin lugar a duda le gusta a todo músico que respete su trabajo.

Pasada la ceremonia de entrega de premios, quedaron todos en sus mesas sentados, el murmullo se redujo a cero cuando comenzamos a tocar el tema “Corazón partío” de Alejandro Sanz, muy de moda por aquellos días y que modestia a parte, nos quedaba muy bien. Pasadas las primeras estrofas de la canción, justo antes de entrar al estribillo, paramos la música y me dirigí a los presentes invitándolos a bailar, haciendo un recorrido con la mirada a lo largo y ancho del salón pude percatarme por primera vez que habían muchos más hombres que mujeres, pero no desanimé y seguí con mi arenga,tomando como referencia la mesa situada frente a mi, dirigiendo la mirada a un hombrecito con cara de querer y no poder le dije sin más preámbulos:

¡vamos hombre que hoy aquí baila hasta el cojo!

Me quedé paralizado, aquello que sucedió no me lo esperaba ni de broma. El hombrecito con una voz gruesa que retumbaba en el silencio que se fue haciendo en aquel salón, me respondió. “Yo quisiera pero soy el que menos puedo” mientras levantaba dos muletas para mostrármelas. Que puntería, había escogido justo al cojo, para que me cagara la tarde y mientras mi cara iba retomando su color habitual los hijoeputas integrantes de la agrupación musical habían comenzado a tocar un tema muy recurrente.
“El paralítico” y con fuerza coreaban como para salvar la situación, “suelta la muleta y el bastón y ven a bailar el son”...

Aquello resultó efectivo porque la gente comenzó a levantarse para bailar, hasta sacaron al cojo para el centro del salón. Se convirtió aquello en una locura, pues el ron Havana Club corría como un río y aquella gente no paraba de beber, al cabo de una hora ya estaban todos para terapia de grupo. En eso se me acercó la gerente y me pide que haga algo para que fueran dejando el salón vacío porque a las seis de la tarde tenían otra actividad y había que preparar todo. Lo único que se me ocurrió fue ir pasando la voz a los muchachos del grupo para que desconectaran los instrumentos mientras León el percusionista, tocaba los primeros compases de una sabrosa conga, al ritmo de “hasta Santiago a pie” se fue formando una larga fila recorriendo todo el salón y cuando ya vimos que todos estaban enganchados en aquel tren musical, enfilamos las escaleras.

El propósito era bajar hasta la planta principal y de allí salir hacia la calle bailando todos, ya cuando estuviéramos en la plaza, haríamos el cierre musical, le dábamos las gracias y cada uno para su casa. Menudo lío el que armamos, cuando estábamos saliendo me volví y pude ver entre tantos bailadores la figura del cojo que lo traía un francés cargado a hombros y golpeando las muletas a forma de clave era quien animaba a que aquello no se acabara, mientras coreaba “ yo no puedo parar, ni aunque venga la policía, yo no puedo parar”...

Pues si que tuvimos que parar porque la policía no hacia falta que viniera, estaban siempre allí, con aquellos trajes negros, sus boinas del mismo color y sus perros pastores alemanes, totalmente antimusicles tan de moda por aquella época en la Habana Vieja, como Alejandro Sanz y su “Corazón partio”, pero que a la verdad por esa ocasión nos habían salvado la campana.


El rugir no hace a la fiera.

En estos días que se acercan  las  vacaciones de Semana Santa  y que como todos los años me voy con la familia a la costa ocasión que aprovecho para a tirar un pasillito al ritmo de la música cubana en los centros nocturnos donde se hace la música en directo, esto me hace recordar cuando no tenía ni idea de cómo se bailaba un buen casino o el son cubano y es que siempre me han gustado los bailes populares pero realmente aprendí a bailar casino por pura necesidad cuando cursaba el octavo grado.
Había pasado el primer año de secundaria durante el cual no me había empatado ni con una mosca y es que en aquel tiempo si no bailabas, las muchachas ni te miraban y ya eso para mi era mucho desaire. Así que un día decidí aprender los primeros pasos y las vueltas más sencillas, para impresionar a las chicas en el más cercano viernes de recreación, donde casi siempre tocaba algún que otro grupo musical que visitaba la escuela.

 Me costo dios y ansias cogerle la vuelta pero ya para la fiesta de fin de curso yo bailaba hasta en la rueda de casino que solo admitía a los expertos, ah y tenía por novia a una mulata de ojos azules con cuerpo de criollita de Wilson, se llamaba Gladys, que mulata aquella, (de acordarme nada más quisiera tener la maquina del tiempo y virar pá atrás) y como bailaba, llegamos a hacer una pareja que nos comunicábamos nada más de mirarnos a los ojos o con un leve roce de las manos o cualquier otra parte del cuerpo.

Y llegó el día tan esperado, la fiesta de fin de curso, la hicimos en el liceo de la Habana Vieja, que en aquellos momentos era el emporio del casino, allí, Rosendo y Caruca una popular pareja de bailes de la televisión cubana, había formado un interesante grupo de bailadores de casino y estaban invitados a nuestra fiesta, tenía por objeto establecer una competencia de baile y que ganara el mejor, recuerdo a León un compañero de mi escuela, muy bien parecido y siempre impecable y muy popular entre la población femenina de la escuela, bailaba como un ángel, ¿los ángeles bailan? ¿no? Bueno, entonces como Changó, quiero decir que bailaba que se pasó y ya enseguida la gente del Liceo le quería incluir en sus filas, pero como era lógico, tenia primero que competir como parte de nuestro grupo, y sin mucho alarde, de verdad que estábamos bien afilaos, el acople que teníamos las doce parejas que componíamos la rueda era de envidia y de las composiciones coreográficas, que en realidad eran vueltas bien estructuradas, ni hablar.

Comenzó la competencia y aquellos lustrosos salones, tan iluminados y decorados fueron testigos de una batalla campal, en el mejor de los conceptos, la lucha fue pasillo a pasillo, vuelta a vuelta, solos, improvisaciones, había de todo como en botica, primero competían las parejas y al final las ruedas de casino, yo con mi mulatona estaba orondo, cuando me tocó salir a la pista puse alma corazón y vida y ella puso todo su cuerpo a vibrar, no hacía falta más, al jurado compuesto en su mayoría por hombres, se les caía la baba viendo aquel monumento mover las caderas y los hombros, quedamos en tercer lugar, eso para mi era como tocar el cielo con las manos, León y su pareja en segundo lugar y un muchacho de apellido Larrinaga, quedó empatado en primer lugar con otro que se llamaba Orlando, ambos del Liceo de la Habana Vieja, futuros competidores del programa “Para Bailar “ de la televisión cubana.

Llegado el momento de la competencia colectiva, empezaron los chicos del Liceo incluyendo a los prestigiosos bailarines Rosendo y Cary, aquello era impresionante, vueltas y mas vueltas, cambios de parejas cruzadas, giros a derecha e izquierda, palmadas, voces de mando firmes para dirigir aquella rueda compuesta por quince parejas. Muy bueno todo lo que hicieron, casi rayaban la perfección. Nos tocó a nosotros entrar al centro del salón,

León era quien dirigía la rueda, las ordenes eran precisas y certeras, todo iba saliendo muy bien hasta que ya casi llegando al final de la ejecución donde cerrábamos con un adiós, que no era más que vueltas continuas con la pareja entrelazada, no se si serían las dos pergas de cerveza que se había tomado antes de comenzar esta parte de la competencia, o si fue qué con tantas luces en el salón girando a una velocidad increíble, nuestro invencible León se había mareado, solo recuerdo, porque pasó muy rápido, que lo vi soltarse de su pareja y dar dos o tres pasos tambaleantes hacia el centro de la rueda y caer sentado de fondillo, quedarse quieto mientras se hacia un silencio fantasmal en el gran salón, de pronto comenzó a vomitarse sobre la cazadora que llevaba, que por cierto, dejaba ver un alfiler de donde colgaba un cartón con la inscripción “alquilado- pendiente de pago.” Allí mismo murieron nuestras esperanzas de ser la mejor rueda de casino de la Habana y allí quedaron sepultadas las ínfulas de Don Juan de nuestro León tusao.


La Barbacoa.


El termino barbacoa en Cuba lo asociamos con un entrepiso que se construye, fundamentalmente en la capital, para ampliar las posibilidades de espacio físico en la vivienda. En tiempos del descubrimiento de América, nuestros aborígenes usaban un tipo de construcción hecha en madera rustica, sostenidas por troncos de madera levantadas del piso a una altura considerable que los protegía del ataque de las fieras, y a estás construcciones le dieron el nombre de barbacoas.

Construir una barbacoa en Cuba siempre ha sido todo un acontecimiento, regularmente se planifica para un día no laborable y acuden al llamado del beneficiado todos los familiares y amigos, los que asistirán en mayor o menor cantidad, según sea el material a usar. Cuando hablo de material me refiero a que la barbacoa puede ser de madera o de cemento, si es de madera serán menos los que participan en su construcción, ya que es un carpintero con sus ayudantes quienes llevan la voz cantante, pero si es de placa, como decimos a la barbacoa de cemento, ya se necesitan más brazos para fundir, o mejor dicho para virar mezcla.

A mi me tocó en suerte hacer una de cada, la de madera que no fue tan difícil, porque ahí solo tuve que ayudar a Benito el carpintero, un verdadero especialista en esto de cortar y clavar. En la de placa ya la cosa fue diferente, llevó un proceso largo y complicado donde había que cumplir algo así como un ritual inviolable, para ello pasé más de un mes de llegar del trabajo, ponerme la ropa de campaña y meterme en la construcción. En principio la casa tenía una sala, comedor, una cocina y el patio, todo esto ubicado en la parte derecha, a la izquierda dos habitaciones y el baño. Pues imagínate que de una casa queríamos hacer dos, o sea, una encima de la otra, menuda tarea. ¿no?

De aquellos años “encofrar” es una palabra que de solo escucharla me da yuyo, porque suena a algo bonito y artístico, pero en realidad es una tarea de titanes y hacerlo en las condiciones que me tocó a mi, es como para recordarlo toda la vida. Construir la armazón en madera donde se depositará posteriormente el cemento fundido para hacer las columnas y las vigas de soporte del piso, en condiciones normales debe ser fácil, pero cuando te falta una cosa y la tienes que sustituir por otra, la madera no te alcanza, los clavos no atraviesan la gruesa tabla de bagazo de caña prensada, el alambre que conseguiste no aguanta la presión que das en cada vuelta de apretón con el alicate y se parte, y se parte, ya te quisiera ver. “Tirar la zapata” que no es otra cosa que abrir huecos lo más profundo posible donde se apoyen las columnas de cemento, también se las trae, ahí me acordé de mis antepasados los indios que inventaron la coa, que en nuestros tiempos es una de barra de hierro terminada en punta plana, que sirve, por supuesto, metiéndole con todas tus fuerzas, para romper las duras piedras y rocas sobre las que se construyo aquella casa en la Habana.

“Fundir” ya es harina de otro costal, ese es el día de fiesta, es cuando aparecen los refuerzos pero…( siempre hay un pero), si hay ron y comida ¡uff !, sin estos ingredientes no se que decirte, creo que te quedas solo. Esa noble tarea de fundir consiste (y quede claro que estoy hablando por lo que me tocó a mí, si otros han tenido mejor suerte y me refiero a que si pudieron conseguir un trompo para mezclar el cemento, felicidades) en hacer en la calle dos largas filas de hombres, unos frente a otros, como gladiadores en circo, que armados de palas se dan a la tarea de virar incasablemente el cemento, arena, piedra y agua hasta hacerlas una mezcla consistente que depositadas en cubos van subiendo hasta el lugar donde se construye la barbacoa de placa.

Por eso cuando escuchaba decir a alguien que tenia que hacer una barbacoa, me entraba el diablo en el cuerpo, y hasta sentía pena por el “desgraciado” que le tocaba esa “desgracia”. El hecho de irme a vivir a Argentina me alejó de aquel termino con el que dejé de relacionarme hace ya algunos años, hasta mi llegada a España en que unos amigos me invitaron para ir un domingo a Aranjuez para hacer una barbacoa, ¡mira que  me dieron deseos de escaquearme, venderles el cajetín, hacerme el sueco, pasarme con fichas, inventarme una enfermedad, cualquier cosa para no tener que ir a aquella invitación, más la suerte estaba echada y no podía quedar mal con ellos.

Algo que me llamó la atención fue que en pleno mes de Junio, con un calor agobiante quedáramos para hacer la barbacoa a las dos de la tarde, pero bueno, costumbres son costumbres, así que me fui a Aranjuez no sin antes colocar en el baúl del coche una muda de ropa vieja, botas de trabajo, un par de guantes y por supuesto, al mejor estilo cubano, una botella de ron Varadero Añejo 7 años, ¡pá calentar!.

Llegué temprano y otra cosa llamó mi atención, es que al poco rato llegaban los otros amigos, acompañados de sus mujeres e hijos y que después de los saludos nos sentamos en el patio donde la dueña de la casa avivaba el fuego de lo que en Argentina conocí como “parrilla”, donde estaban colocados en riguroso orden, chuletones, morcillas, chorizos y pollos, para entonces  Paco mi amigo nos invitaba a que tomáramos lo que quisiéramos que íbamos a empezar la barbacoa.

Me levanté y salí a donde estaba estacionado el coche para coger la ropa de trabajo que había llevado para la ocasión. De regreso con la bolsa bajo el brazo pregunté a Paco por el baño donde cambiarme, un poco sorprendido me miró y sin decirme  otra cosa me indicó el lugar. Allí me fui y luego de un rato regresé al patio listo para el combate. Los presentes me miraron un poco extrañados de aquella vestimenta, justo en el momento en que Elisa llamaba a los invitados para que se acercaran a ella con el plato que Paco les iba entregando a cada uno. Yo pensaba que aquello era mucha comida para luego ponerse a trabajar, así que me acerque a Paco y le dije por lo bajo que prefería comer después que termináramos la barbacoa. Me miró más sorprendido aún que cuando le dije de cambiarme de ropa y me preguntó a cuál barbacoa me refería, por supuesto que yo tenía en mi mente que la barbacoa que íbamos a hacer aquel día era un entrepiso de su casa. Con los ojos abiertos por la sorpresa que le causó mi respuesta me agarró por el brazo y me arrastró hacía donde estaban los dorados y olorosos trozos de carnes a granel cocinados a fuego lento por pequeñas brazas de carbón natural, sobre la parrilla de hierro a la que señalando con el dedo índice me dijo “esta es mi barbacoa y ¿la tuya cual es? …se quedó esperando mi respuesta porque la vergüenza de mi confusión la escondí en un suculento y apetitoso trozo de pollo del que devoré hasta los huesos.
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domingo, 27 de marzo de 2011

“La estrella de la playa”

Siempre que estoy frente al mar, como reflejo incondicionado me transporto a mis años de juventud, allá por los setenta, cuando viajaba a Santa María, playa al este de la Habana, eran los tiempos en que nos juntábamos un grupo de cerca de quince muchachos del barrio y nos íbamos rumbo a la loma del Atlántico, lugar donde nos reuníamos con cientos de semejantes, buscando buena música, sol, aguas cristalinas y una linda chica que nos soportara la muela.

Para lograr tan buen propósito íbamos caminando por toda la calle Monte entre sus altos portales, pasando frente a las abundantes, iluminadas y engalanadas vidrieras de las tiendas y negocios, no sin antes detenernos en la panadería pasando la calle Águila para comprar los sabrosos panes de glorias, coffecake y varias libras de pan que nos servían de provisiones para el largo día que pasábamos junto al mar. Para aliviar el camino contábamos chistes, cantábamos algún tema de moda, hablamos de la ultima película vista o sencillamente no dejábamos de joder en todo el trayecto, metiéndonos con todo el que pasara a nuestro lado. De la calle Indio y Monte, punto de partida del grupo, hasta el lugar donde tomábamos el autobús, teníamos que caminar exactamente quince largas cuadras. Haciendo gala de buena memoria recuerdo cada calle, cosas o lugares que las caracterizaban.

Subiendo Monte por la acera de la izquierda yendo en dirección al parque de la Fraternidad, justo en la esquina de Ángeles había uno de los pocos semáforos de la calzada, por allí bajaba la ruta veintitrés, esquina muy requerida por su farmacia de guardia, por la misma acera pasando Ángeles recuerdo la casa de música donde mi hermana compraba las partituras para sus clases de piano, un poco más adelante la guarapera, en frente, antes de llegar al callejón del Suspiro como conocíamos la calle Rubalcaba, la parada de la ruta 61, en la esquina de Monte y Águila, la peletería El Gallo, donde mi vieja me comprara las botas que después le adaptaban los soportes para mis pies planos, cruzando Águila, frente a la panadería una ferretería en la esquina de Revillagigedo, en la larga cuadra que comprendía hasta Suárez pasábamos por “Mi Salón” la peluquería a donde me llevaba mi abuela para que me cortaban el pelo a la malanguita, cuando ya había crecido un poco y mis pies no cabían en los sillones del salón para niños que habían construido en Monte y Figuras conocido por “El mundo de las maravillas”.

En la esquina de Monte y Suárez, nos deteníamos en el “Ten Cent” para tomar café y fumar un cigarro compartido entre muchos que se apuntaban al club de los futuros fumadores empedernidos. Justo a partir de la calle Suárez, Monte se hace más ancha de acera a la sombra de frondosos árboles, ubicada en Monte entre Suárez y Factoría estaba la “Galárraga” escuela secundaria donde acudíamos a estudiar muchos de los que íbamos en el grupo, el resto estudiaba en “La William Soler” otra afamada secundaria de mi barrio, solo que a la “Galárraga” íbamos los que vivíamos, como yo, en la calle Monte y el barrio de Jesús María, y a la “William” los que vivían en Los Sitios.

El Parque de la fraternidad, antesala del Capitolio, extendiéndose majestuoso iba quedando atrás por la acera de enfrente, lugar donde en 1929 al celebrarse el Congreso Panamericano, fue plantada una Ceiba con tierra de todos los países del continente, exhibiendo bustos de las personalidades más importantes de nuestra historia regional, motivo de orgullo de los Habaneros y refugio de las parejas que buscaban la intimidad, también tomado como parada de cabecera de la ruta trece, siempre atestada de pacientes pasajeros, vendedores de granizados y cucuruchos de maní.

En nuestro recorrido pasábamos por el hotel “Isla de Cuba” lugar que siempre miraba con respeto y deseos de pasar una noche con alguna noviecita, sueño que cumplí pasados algunos años después. Por la calle Monte antes de doblar por Cárdenas parábamos en la juguera para tomar algún refresco de frutas naturales, de ahí bajábamos en dirección a la Terminal de Trenes entre altos portales algo menos iluminados por la que fuera una antigua calle de fabricantes de diversos géneros y productos, conservando aún partes de su pavimento del viejo adoquín con el que se hacían las calles de La Habana y en algunos tramos dejaba ver las no menos antiguas líneas del tranvía que circuló muchos años por la vieja ciudad. En la calle Misión ya distinguiendo el blanco muro de la Terminal, torcíamos a la izquierda pasando las calle Economía y Zulueta.

Y allí teníamos ante nosotros la interminable cola de la 162, conocida muchos años como la Estrella de Guanabo, playa ubicada al este de La Habana y es que el numero que identificaba la ruta se encontraba dibujado dentro de una estrella de color amarillo. En un tiempo existió la variante en recorrido largo con un digito menos, la 62, que hacia el viaje entrando por La Virgen del Camino, también iba a Campo Florido pero no pasaba por las playas de Santa María sino que lo hacía por toda la Vía Blanca, o sea que a nosotros solo nos servía para llegar al Hotel Atlántico, en Santa María, la 162, la estrella de la playa, inalcanzable como su nombre, difícil de lograr, tomarla era tocar el cielo con las manos, muchas veces por utopía pedíamos el último en la cola de los sentados comenzaba por Misión bajaba por Zulueta dando la vuelta por la calle Esperanza y la cola de los de pie que al final era la que más rápido caminaba comenzaba en la esquina de Misión y Egido y muchas veces se encontraba por Esperanza con la cola de los sentados. Increíble pero cierto, hasta tres horas podíamos tardar en tomar la dichosa estrella, suerte que pronto las cambiaron por nuevos Leylands un poco más grandes y con mejor servicio, pasando aquellas viejas General Motors al mejor recuerdo, que aparte de ser pequeñas y estrechas cuando se ponían en marcha y cogían impulso, con el peso que llevaban se bamboleaban como bote en el agua, siempre amenazantes de volcarse en cualquier momento de aquellos largos recorridos, en su incansable ir y venir entre Campo Florido y La Habana.

Lo que si recuerdo con mucha claridad es que jóvenes al fin, éramos capaces de disfrutar a plenitud todas aquellas penurias, el hecho mismo de caminar desde nuestras casas y hacer la interminable cola para subir al ómnibus, nos subía la adrenalina, algo que en nuestro tiempo ni se conocía, pero que sentíamos por dentro en esa sensación de permanente alegría que nos embargaba. Éramos verdaderamente felices cuando bebíamos refresco en vaso perga, una especie de cartón encerado, convertido en recipiente y que iba pasando de mano en mano para que cada uno le diera un sorbo, al igual que compartíamos un cigarro entre mas de veinte muchachos, que los últimos para no quemarse debían sostener con un ganchillo de pelo cedido por alguna de las chicas del grupo o compartíamos en grandes coros, una canción de Silvio acompañados por una guitarra que apenas se escuchaba pero que sabíamos que su ritmo y cadencia estaban presente de la mano de Armandito, el que algunos años después se hiciera piloto de aviación.

Éramos felices y solidarios, vivíamos a plenitud la dicha de ser y ocupar nuestro espacio, no nos costaba ningún trabajo comunicarnos y menos compartir con otros grupos, aún cuando fuera la primera vez que nos viéramos en aquella parada de La estrella de la playa, punto de partida de nuestras ilusiones y sueños comunes. Allí, en aquella parada del autobús que nos conducía a la playa de nuestros años mozos, nos enamorábamos, discutíamos, gritábamos, reíamos, planeábamos, componíamos y cantábamos nuestras obras maestras, hacíamos muchas cosas pero por sobre todo aprendíamos a ser mejores personas cada día, sin dejar, claro está, de pasar por malos momentos o situaciones difíciles.

Con la estrella de la playa evoco situaciones muy graciosas que nunca he podido olvidar. En nuestro grupo teníamos un amigo que le llamábamos Yuli, y solo tres, incluido el, sabíamos que tenía serias dificultades para oír, en fin que era sordo de cañón y un día de esos en que hacíamos la cola para tomar el ómnibus, Yuli se puso a enamorar a una muchacha, Miguelito que integraba el trío conocedor de su desgracia, colocado detrás de Yuli, viendo el rostro de la muchacha por encima del hombro de aquel, comenzó a llamarlo por su nombre y esté, que no escuchaba un avión tirándose en una pista de aterrizaje seguía hablando con la chica. Así estuvo Migue casi diez minutos, llamándolo sin resultado, la muchacha que en un momento había observado y escuchado que lo llamaban le interrumpió en su alegato amoroso para preguntarle si no escuchaba que lo estaban requiriendo, este, que se dio cuenta rápidamente de la broma que le corría Miguelito, le respondió con mucha tranquilidad, “ ni caso les hago, es que siempre están jodiendo y no me dejan ni respirar” y así salió del mal momento en el que la chica estuvo casi a punto de descubrir la sordera y por tanto el abandono de su empeño.

Nada, cosas de mis años de adolescente, años que se suben a las olas de esta parte del Mediterráneo donde estoy, para navegar nuevamente en el recuerdo sobre el mar de mis Antillas y llevarme a vivirlos otra vez y en cualquier estrella en el cielo descubrir una de color amarillo que en su centro luce el número 162 de mis añoradas playas del Este.

viernes, 25 de marzo de 2011

La música cubana de ‘Quinta Avenida’ en Colectivo La Latina.

El espectáculo ‘5ta Avenida’ toma su nombre de una de las calles más emblemáticas de La Habana (Cuba), que por su ubicación geográfica se ha ganado a lo largo de los años un destacado lugar en la historia de la ciudad caribeña. Al igual que esta popular avenida habanera, transitada por gran número de visitantes internacionales, el espectáculo ‘5ta Avenida’ se distingue por la elegancia y exclusividad, así como por la aceptación y disfrute del público que asiste a sus presentaciones en los más variados escenarios donde se ha llevado a efecto su realización artística

‘5ta Avenida’ en su esencia no es más que buen gusto, colorido y buena música, una nueva forma de concebir el espectáculo, adaptándose a las necesidades más objetivas. demás de su música, destaca en esta propuesta la utilización de un variado, vistoso, elegante, original y colorido vestuario.
El repertorio que conforma el guión musical de ‘5ta Avenida’ incluye temas latinos como ‘La bilirrubina’ o ‘Carnaval’ , antologicos boleros como ‘Quizás, quizás’, temas de actualidad como ‘Cuando me enamoro’, o clásicos como ‘Gost’, ‘I will survive’ o ‘Fiver’, en fin que ‘5ta Avenida’ es ritmo para disfrute de quienes asisten a sus presentaciones durante la hora y treinta minutos de pura adrenalina que dura el espectáculo.

Los socios del Colectivo La Latina y el público en general podrán disfrutar gratuitamente de esta actuación que promete ritmo, baile y calor, con motivo de la grabación en directo del video-clip de su nuevo espectáculo.
Datos La música cubana de Quinta Avenida en Colectivo La Latina
•Título: La música cubana de Quinta Avenida en Colectivo La Latina
•Lugar: Sala Colectivo La Latina – Calle Luciente, 7 – 28005 Madrid
•Descripción: Una propuesta única y con sello de autenticidad, que evoca por su carácter artístico-profesional las grandes producciones del mítico cabaret cubano ‘Tropicana’.
•Fecha: Domingo 3 de marzo de 2011
•Hora de Inicio: 16:00
•Hora de Finalización: 19:00
•Entrada libre hasta completar aforo
•Aforo limitado: 160 personas
http://colectivolalatina.org/wordpress/?p=1012

lunes, 21 de marzo de 2011

El rinconcito poético dentro del Rincón Cubano

Hace mucho tiempo que existía en la Habana un programa radial que se titulaba "Actividad Laboral" y una de las secciones más populares de este espacio era sin lugar a dudas, "El Rinconcito poético de Actividad laboral". Lo mejor de la poesía más actualizada de aquellos años se daban a conocer y se compartia con una amplia audiencia.Hoy me vino a la memoria aquel espacio radial al compartir de cerca el trabajo creador del poeta cubano radicado en Madrid, Rigoberto Cairo Illas, "Rigo" para sus amigos.

El restaurante "Olokún. Madrid" fue el  escenario de un breve pero profundo encuentro de intercambios de ideas y sentimientos por nuestra cultura. Fruto de este encuentro surgío la idea de crear un espacio dedicado a la poesía cubana o sea, "El rinconcito poético dentro del Rincón Cubano" y que mejor ocasión para comenzarlo siendo hoy el día mundial de la pòesía.

Para inaugurar esta sección hemos escogido la poesía "Entre café y mojito" de nuestro amigo Rigo.
Disfrutenla..... 

ENTRE CAFÉ Y MOJITO

Entre café y mojito
entre tabaco y ron
me trae recuerdos Cuba
mi patria, mi nación.

Entre la rumba buena
yambú y guaguancó
columbia de maestros
bailadores como yo.

Entre la magia negra
que de África llegó
con la religión católica
pues en Cuba se mezcló.

Entre la luna llena
más el radiante sol
se mezcló lo negro congo
con todo lo español.

Y se escuchó la guitarra
y el sonido del gongó
entre café y mojito
en Cuba he nacido yo.
 
Te recomiendo conocer un poco más de la obra de este poeta cubano.
http://rigocaribe.blogspot.com/
 
Rigoberto Cairo Illas.
Nació en la ciudad de La Habana el 12 de diciembre de 1966. Estudió Animación Turística en e Centro Internacional de Animación y Recreación Turística de la capital cubana. Desde adolescente, ya sentía inclinación por la poesía estrechamente vinculada a la música, motivo por el cual la mayoría de sus poemas tienen cierta rima y musicalidad. La poesía según él, es el reflejo de la personalidad del individuo que la escribe, de su pensamiento, sentimiento, cultura, costumbres, nacionalidad, lengua materna, ideas políticas y es el resultado de lo que en ellas se quiere expresar o transmitir. "Es un arma de combate contra todo tipo de injusticia". El autor de esta poesía, no sólo defiende su identidad como cubano, sino también de todas las naciones caribeñas y, en general, de toda América Latina y África, por tal motivo en más de una ocasión expresa sentirse Afro-latinoamericano y caribeño, y su poesía es el resultado de toda esa mezcla. Es una rica ensalada poética y cultural. Por último, sus vivencias en España, le aportaron pequeñas y grandes experiencias que enriquecen sus ideas en "La lucha por la igualdad de todos los seres humanos"
 
 

Oniel Moisés con Son Iré en la sala Faena Madrid.

La sala Faena Madrid abre sus puertas a la música cubana para recibir al grupo Son Iré, integrado por Juan Antonio Castillo en el piano, Alfredo Ajete en el bajo, Andrés Sarría en la trompeta, Dagoberto Díaz  voz y congas y Oniel Moisés voz y percusión menor. En esta ocasión interpretando "Guateque campesino" de Guillermo "El Guajiro" Portabales.

Faena Madrid es una sala al mejor estilo del cabaret cubano de todos los tiempos, con una magnifica decoración y todos los requerimientos tecnicos para la realización de conciertos en directo, los Domingos realiza las matinee de música cubana.  Ubicada en un lugar privilegiado de la capital española brinda un espacio de encuentro único con la música cubana.




FAENA MADRID
Calle Atocha 125. 28012. Madrid.

jueves, 17 de marzo de 2011

Mi música cubana. Video promocional.


El presente vídeo muestra el trabajo que actualmente realizan los músicos cubanos Oniel Moisés (voz y percusión) y Juan Antonio Castillo (piano y coros), incursionando a traves de un amplio recorrido por lña historia de la música cubana, en géneros tan populares como: el son, la guaracha, salsa, guajiras, boleros y rumbas, entre otros, interpretando temas tan conocidos como: Dos gardenias, Lagrimas negras, Yolanda o Perfidia, entre otros.

Un espectáculo musical donde el público conoce mediante narraciones, anecdotas y leyendas la historia de la música cubana, contada por dos protagonistas, que la han vivido de cerca y como tal lo transmiten.

Juan Antonio Castillo, pianista y arreglista, es profesor de música, graduado del Instituto Superior de Música de Santa Clara. Cuba. Oniel Moisés, cantante y percusionista proviene de una familia musical cubana. Es uno de los hijos del ya desaparecido Ibrahim Ferrer, quien fuera lider vocal del Buena Vista Social Club.

El espectáculo "Mi música cubana" es un espacio de encuentro con lo más genuino de la música de la isla.